lunes, 27 de noviembre de 2017

RECUERDOS


Anoche pasaron por HBO “Animales Fantásticos” (Fantastic Beasts and Where to Find Them) y francamente, anque la saga HARRY POTTER me se hace ñoña a más no poder -apta para retrasados mentales, mongólicos y descerebrados- pasé un rato muy agradable por el fantástico trato de los bichos, siendo mi favorito el Hipogrifo. Me transportó a lo mágico y privilegiado de mi existencia en el plano actual, desde mi relación con otros bichos hasta con los invisibles y otras ventajas de nacer loco de atar -en vez de mago-, anque necesariamente me halle rodeado de humanos descerebrados con sentidos atrofiados por luchas de poder entre monoteísmos y monociencias, sepa la bola a cuál más absurda.

Desde buhos, lechuzas y tecolotes hasta águilas, halcones y gavilanes, conversan conmigo. Ni digamos lobos y felinos de todo tipo, pasando por monos y changos. Independientemente de si estoy viviendo en plena Natura o en ésos esqueletos de cemento llamadas ciudades que ni a corales llegan (construídas para autos, ahora llamados "inteligentes" por los mismos pendejos atrofiados en la comodidad de ser esclavos).

Desde el Tigre cuya bala llevo como recuerdo en mi columna, el Ocelote capturado para que no comiera todas las gallinas del rancho y se hizo mi amigo para dejarlo libre, la Zaraguata que un idiota le disparó para quedarse con su bebé pero nada más le rozó la cabeza y curé en aquel criadero para toros Cebú a orillas del Usumacinta, hasta un mono Araña deambulando por el camellón de Reforma entre amapolas y taxis Cocodrilos, que desde lejos se veía perdido y cuando me divisó corrió para treparse a mi hombro y rodear mi pescuezo con su cola, esperando a los desesperados niños que lo dejaron escapar. O nuestro caballo Whisky (bautizado así por Line, quién sabe porqué) que guardábamos en la Hípica Andaluza.

En Progreso (donde cayó el asteroide que acabó con los dinosaurios) al anochecer, había una exposición de bisuterías para turistas. Curioseábamos a ver si algo valía la pena, cuando cayó sobre mi hombro derecho algo que picaba mi piel para equilibrarse: un Ocelote precioso que acaricié para calmarlo (las luces reflejadas por tanto cristal que pretendía ser diamante lo tenían irritado) y ví que tenía puesto un collar (como aquél mono araña del camellón en Reforma). No tardó en aparecer una familia completa, familia pescadora que lo alimentó desde chiquito. No, qué lo iban a vender pero de todos modos pregunté.

O los Armadillos que nos trajeron a Oxolotán, con uñas tan feroces que los llevaban amarrados y encostalados. Cuando levanté uno, se acurucó sobre mi antebrazo para meter su hociquito contra mi costado. Nada más querían apapachos y comer, hasta que los soltamos en el monte cuando crecieron. Allá en Oxolotán también teníamos una pareja de murciélagos frugívoros que vivían en una palmera cocotera y robaban nuestra fruta mientras descansábamos en hamaca. Tenía entonces una vieja Land/Rover 109 tipo comando, sin vidrios en la cabina mas que'l parabrisas. Estacionando en reversa entró una rama de naranja grey (toronja roja) y al mismo tiempo revoloteó frente a mis ojos un colibrí que opacaba cualquier Arcoiris, hasta que ví su nido con dos huevitos sobre dicha rama. Me retiré suavecito para estacionar en otro lado.

A veces llegaba a Tapijulapa después que varaban la panga y gracias a mi amigo Panchón cruzaba el Grijalva para caminar los 16 kilómetros hasta Oxolotán. Por el camino me saludaba (y protegía) el Tigre; nadie se atrevía a acompañarme porque les apagaba las lámparas de pilas que irritan a todos los felinos por la Noche y atrofian nuestra visión periférica.

Vicky es alérgica a las arañas, pero tuvo que aguantar a dos tarántulas que vivían en nuestra casa del Platanar de Tabasco. El piso de madera tiene nudos que luego se caen y dejan un hoyo por donde puede entrar la mortal Nauyaca, pero si ahí vive alguna tarántula no entran. Cuando la tarántula hace su hoyo para vivir y atrapar comida, recibe a la Nauyaca con los colmillos por delante y licúa toda su carne dejando escamas y huesos.

Cuando fuí a Wirikuta con Scott para filmar la peregrinación del Hikuri y desapareció mi Combi VW por la distancia y la oscuridad nocturna (después de caminar 4 horas fascinado por la belleza del desierto), una Lechuza Blanca me guió de regreso hasta nuestro campamento.

Vivía en Tepoztlán junto a una barranca al fondo del baño. Una mañana al retirar la toalla del toallero junto a la ducha, estaba muy dormida extendida sobre la pared una Tarántula. La metí en un frasco y me la llevé con Paolo y su familia para hacer las compras de la Pizzería hasta Cuernavaca. Los niños nos esperaron en la Willys de Paolo mientras nos surtíamos en el mercado. Regresando a la casa solté la Tarántula en su barranca. Al día siguiente la volví a encotrar sobre un muro que separaba el patio de nuestra escalera de entrada. Cuando me vió alzó las patas delanteras -como hacen para defenderse, hasta que acerca uno la mano para que se suban- pero cuando acerqué mi mano me atacó con los colmillos por delante: apenas tuve tiempo de bajar los dedos y sentí el rasguño de los colmillos sobre mis uñas, menos mal. Anque su veneno es inofensivo su picadura se infecta fácilmente. La volví a meter en el frasco y de vuelta a dejarla en la barranca. Puse malla en el desagüe para que ya no accediera. Cuando fuí a comer con Paolo me contaron sus hijos "cómo habían jugado con el bicho" mientras Paolo y yo estábamos mercando. Y en el calor de la Willys bajo el Sol, además. Pobre Tarántula, ¡¡creyó que todas las manos eran sus enemigos!! Nunca me habían atacado ni me volvió a pasar, ni dejé a niños solos "cuidando" bichos inocentes.

Con mi hijo Jean vivíamos en Chacahua reparando motores fuera de borda y ofreciendo viajes a los locales en la Bula Matari (mi VW 181 ó Safari), pues no había otro vehículo ni más trabajos por allá. Veníamos como cinco -incluyendo a Jean- desde el Azufre, con la Bula Matari destapada sin lona ni puertas y la parabrisas abajo, cuando se nos plantó enfrente a media brecha un felino del tamaño de un Puma, con pelaje oscuro. Mientras cundía el pánico entre mis pasajeros (que si era Onza comegallinas o era Onza comehombres) observaba a tan espléndido felino, cerca a menos de un salto pero sin intenciones agresivas: le llamaba la atención que hacían tantas cabecitas sobre ruedas ¿qué clase de bicho raro éramos? Tranquilamente se hizo a un lado tras una mata y seguimos nuestro camino. Era del tamaño de medio Tigre.

En Puerto Escondido. cuando dejé el hotel Arcoiris de José Luis, entré al Cafecito de Carmen y Dan. El fin de semana abrieron una palapa Bar (cerrada durante la semana) a punto de salir el Sol, cuando alzó el vuelo una Lechuza Blanca bastante encandilada y al divisarme dirigió su vuelo hacia mí. Extendí mi brazo hacia adelante y se posó en él, apretando las garras lo suficiente para equilibrarse anque la concurrencia pensaba que me atacaba, hasta que vieron que le acariciaba la cabeza y el cuello mientra le hablaba cariñosamente. La llevé a un camper desocupado donde se guareció hasta entrar la noche. Después expliqué a la concurrencia que ninguna rata aparecería por ahí y era una bendición para preservar los racimos de coco en las palmeras.

Viviendo con Diana arriba del Batallón, llegué tarde y ya estaba dormida. Quité mi ropa dejándola doblada sobre la mecedora dando un paso hacia adelante, cuando hice rodar algo blando con los dedos del pié. Creí que Diana había tenido frío en los piés y enrolló sus calcetines antes de meterse a la cama, cuando ví a una Tarántula muy ufana buscando otro lugar donde no molesten d'esta manera. Con la intención de soltarla en la barranca cercana la metí en un frasco sin tapa que cubrí con un pedrusco del tamaño de mi puño y me fuí a dormir. De repente me despertó un roce como quien está limando vidrio y desde nuestra sala. Encendiendo la luz cesó el ruido. Volviendo a la cama otra vez empezó a limarse el vidrio: era la Tarántula que se paraba en cuatro patas para con las otras cuatro tratar de quitar la piedra, demasiado pesada para levantarla pero en el intento le daba vueltas. La bauticé Hércules y al día siguiente la dejé libre.

Cuando dejé al Cafecito, empecé a cuidar casas de extranjeros ausentes y una Hurraca Azul se hizo mi incondicional amiga. Diario tomábamos el café desde la terraza con ella sobre mi hombro, comprobando que'l océano Pacífico de pacífico no tiene nada, sorbo tras sorbo. De noche una ranita arbórea tan pequeña como la uña del índice, cantaba estentóreamente su existencia en mi veranda.

A veces -cuando no había turismo- paseaba con algunos locales a Tejones y Ositos de Miel que habían criado desde chicos.

Todo ésto sin contar infinidad de cánidos y mininos que tuvimos a través de los años, así como los insectos del jardín: arañas de todo tipo, las Mantis que me encantan, los apestosos -inofensivos y enormes- Vinagrillos cuyo pecado es ser feos, Mariposas de todos tamaños y colores... mas cinco gatitos y mi incondicional Cleopatra Golden.

Vallée de Chevreuse: Fantásticos Bosques y Bichos de mi niñez


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1 comentario:

  1. Conociendo el amor y respeto que sientes por los animales y su habitat natural, no me extraña esta magnífica reseña Lobo.
    Con cariño, tu capitana.

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