Finca Argovia
Ya bañadito con ropa nueva, entrando al cantar de aves tropicales y desaforados loros en bandada, me presenté con aquel tête de boche ahora mi jefe. Caminando junto al Joaquim muy contento -cavilaba qu'en la vida ganaría mis denarios más fácilmente qu'en una Jeep o Willys sobre paradisíacas veredas verdes- casi entro a punto del desmayo cuando presentó a Inocencio mi ayudante, paradito ahí junto al vehículo designado: una Ford de volteo, un monstruo d'esos qu'en la vida ni abordé jamás.
Mi mejor cara de pompa y circunstancia escaló la cabina y tras el volante, escrutaba cómo diablos arrancar bajo la inquisidora mirada del tedesco. Al estribo del copiloto subió Inocencio tan tranquilo, mientras descubría unas llaves pegadas junto al tubo del volante y una palanca de velocidades con su esquema igual al auto del pueblo, menos mal. Embragué la neutral mientras pisaba el freno y al girar la llave, cual auto del pueblo la cosa ésa arrancó con ralentí suavecito y parejo.
Decidiendo averiguar fuera de miradas inquisidoras qué diablos sería un botón rojo integrado a la palanca, quitando al freno de mano metí primera y solté cuidadosamente como nunca en la vida al embrague. La cosa ésa avanzó lentamente y mientras recordaba roturas del cable de embrague en carretera -llevando al auto del pueblo a destino con cambios a oído- embragué a neutral y otra vez para meter segunda sin ruidos escandalosos bendita sea, dejando tranquilo al escrutador tête de boche.
Desde el estribo Inocencio nos encaminó por aquel dédalo verde hasta estacionar a medio arroyo para cargar arena lavada. Extrañamente bajó con dos palas y enseguida regresó junto a la cabina, aclarando que acá los choferes palean parejo con los ayudantes. Por lo visto era mi día pa las sorpresas, bastante lejano ya de utópicos sueños paradisíacos. Después de largo y sudoroso rato, Inocencio expresó amablemente:
-«Oiga mi Don, asté nunca ha hechado pala antes ¿verdad?»- Atrapado en curva respondí jadeante:
-«Pero cómo no, desde niño en la finca de mis abuelos, después en el jardín de mi madre y así siempre he metido las manos pa todo.»- despertando sonoras carcajadas del Inocencio (no, no lo era ni tantito), qu'empezó a darme cátedra de cómo hechar pala:
-«Primero hay que llenar la pala al tope, despuesito la columpea tantito p'atrás antes de lanzarla p'alante encimita de su hombro y solita se vaciará en la Volqueta.»- mientras ilustraba con otra palada pa llenar la cosa ésa -«Por llenar media pala son más paladas y se cansa más.»- sin mencionar que le imponía más trabajo bajo el mismo Sol. Probé y efectivamente, tanta razón tenía mi nuevo camarada -el ayudante era yo- qu'empecé a retarlo y llenamos la cosa ésa en un santiamén. Descargar fue fácil, Inocencio movió una barra de la caja que soltaba su tapa trasera mientras accioné otra palanca junto al freno de mano, descubriendo que sólo funcionaba en neutral con el freno puesto y al acelerar un poco levantaba la caja hasta vaciarse ahí solita y solita bajaba nuevamente a su lugar.
Mi mejor cara de pompa y circunstancia escaló la cabina y tras el volante, escrutaba cómo diablos arrancar bajo la inquisidora mirada del tedesco. Al estribo del copiloto subió Inocencio tan tranquilo, mientras descubría unas llaves pegadas junto al tubo del volante y una palanca de velocidades con su esquema igual al auto del pueblo, menos mal. Embragué la neutral mientras pisaba el freno y al girar la llave, cual auto del pueblo la cosa ésa arrancó con ralentí suavecito y parejo.
Decidiendo averiguar fuera de miradas inquisidoras qué diablos sería un botón rojo integrado a la palanca, quitando al freno de mano metí primera y solté cuidadosamente como nunca en la vida al embrague. La cosa ésa avanzó lentamente y mientras recordaba roturas del cable de embrague en carretera -llevando al auto del pueblo a destino con cambios a oído- embragué a neutral y otra vez para meter segunda sin ruidos escandalosos bendita sea, dejando tranquilo al escrutador tête de boche.
Desde el estribo Inocencio nos encaminó por aquel dédalo verde hasta estacionar a medio arroyo para cargar arena lavada. Extrañamente bajó con dos palas y enseguida regresó junto a la cabina, aclarando que acá los choferes palean parejo con los ayudantes. Por lo visto era mi día pa las sorpresas, bastante lejano ya de utópicos sueños paradisíacos. Después de largo y sudoroso rato, Inocencio expresó amablemente:
-«Oiga mi Don, asté nunca ha hechado pala antes ¿verdad?»- Atrapado en curva respondí jadeante:
-«Pero cómo no, desde niño en la finca de mis abuelos, después en el jardín de mi madre y así siempre he metido las manos pa todo.»- despertando sonoras carcajadas del Inocencio (no, no lo era ni tantito), qu'empezó a darme cátedra de cómo hechar pala:
-«Primero hay que llenar la pala al tope, despuesito la columpea tantito p'atrás antes de lanzarla p'alante encimita de su hombro y solita se vaciará en la Volqueta.»- mientras ilustraba con otra palada pa llenar la cosa ésa -«Por llenar media pala son más paladas y se cansa más.»- sin mencionar que le imponía más trabajo bajo el mismo Sol. Probé y efectivamente, tanta razón tenía mi nuevo camarada -el ayudante era yo- qu'empecé a retarlo y llenamos la cosa ésa en un santiamén. Descargar fue fácil, Inocencio movió una barra de la caja que soltaba su tapa trasera mientras accioné otra palanca junto al freno de mano, descubriendo que sólo funcionaba en neutral con el freno puesto y al acelerar un poco levantaba la caja hasta vaciarse ahí solita y solita bajaba nuevamente a su lugar.
cascada San Francisco, finca el Edén
Fuimos al Edén por dos viajes más de piedra bola -"del tamaño de tu cabeza" había indicado aquel simpático tête de boche- y un bañito en la cascada antes de entregar la cosa ésa. Regresando pregunté al Inocencio dónde comer algo más que frijoles, tortillas y café -aburrido menú del comedor para trabajadores- y me presentó una familia chamula: por módica suma me alimentarían cual cerdo d'engorda, declaró antes de retirarse a su cantón. Como todo trabajador fijo vivía con su familia por el ejido.
Desde nuestro último viaje con piedra sentía arder mis palmas y al sentarme para cenar en la casa chamula ya quemaban insistentemente. Un vistazo y llenas de ampollas reventadas: no era lo mismo ganarse la vida "metiendo las manos para todo" como cazador o pintor, únicos oficios que practiqué hasta ahora además de ser estudiante, qu'echar pala en diabólica competencia por vez primera. Imposible palear mañana en tales condiciones.
-«No se despreocupe Don»- dijo aquel Tata chamula viendo mi predicamento, trinchando un limón y partido, sobre las brasas del fogón hasta que salieron chispitas. Me tomó una palma e inclementemente lo aplicó sobre mis ampollas. Más valía no haber nacido que sentir ésos hilos subiendo al sobaco pa bajar al ombligo, ni tiempo de gritar ni evitar que lo mismo a mi otra palma, maldito viejo sádico tan socarrón diciendo -«No sea chillón, Don»- mientras su mujer nos servía un sancocho de Armadillo capaz de remediar cualquier entuerto. Tan opípara cena me aletargó y olvidé palmas, brazos y piernas adoloridos para entregarme a Morfeo.
Me despertó un hambre que parecían dos, mis palmas con cuero curtido en vez de piel. Maldito viejo sabía su oficio, además de sádico era curandero me confió después el Inocencio. Desayuné en la casa chamula agradeciendo al Tata que mis palmas con suela de zapato ya podían palear día y noche si fuera necesario, mientras su mujer servía tamales de pípila con atole champurrado. Así reparado fui a soportar las instrucciones del tête de boche y a seguir practicando cambios con aquél misterioso botón rojo: el famoso dual que daba ocho velocidades a mi Volqueta -no, ya no era "la cosa ésa"- para andar implacable con carga pesada entre subidas y bajadas.
Desde nuestro último viaje con piedra sentía arder mis palmas y al sentarme para cenar en la casa chamula ya quemaban insistentemente. Un vistazo y llenas de ampollas reventadas: no era lo mismo ganarse la vida "metiendo las manos para todo" como cazador o pintor, únicos oficios que practiqué hasta ahora además de ser estudiante, qu'echar pala en diabólica competencia por vez primera. Imposible palear mañana en tales condiciones.
-«No se despreocupe Don»- dijo aquel Tata chamula viendo mi predicamento, trinchando un limón y partido, sobre las brasas del fogón hasta que salieron chispitas. Me tomó una palma e inclementemente lo aplicó sobre mis ampollas. Más valía no haber nacido que sentir ésos hilos subiendo al sobaco pa bajar al ombligo, ni tiempo de gritar ni evitar que lo mismo a mi otra palma, maldito viejo sádico tan socarrón diciendo -«No sea chillón, Don»- mientras su mujer nos servía un sancocho de Armadillo capaz de remediar cualquier entuerto. Tan opípara cena me aletargó y olvidé palmas, brazos y piernas adoloridos para entregarme a Morfeo.
Me despertó un hambre que parecían dos, mis palmas con cuero curtido en vez de piel. Maldito viejo sabía su oficio, además de sádico era curandero me confió después el Inocencio. Desayuné en la casa chamula agradeciendo al Tata que mis palmas con suela de zapato ya podían palear día y noche si fuera necesario, mientras su mujer servía tamales de pípila con atole champurrado. Así reparado fui a soportar las instrucciones del tête de boche y a seguir practicando cambios con aquél misterioso botón rojo: el famoso dual que daba ocho velocidades a mi Volqueta -no, ya no era "la cosa ésa"- para andar implacable con carga pesada entre subidas y bajadas.
Comedor para Trabajadores
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Son algo más que entretenidos estos viajes tuyos Lobo, leí también Flor de Café I, en ellos queda reflejado tu don de gente, tu facilidad para hacer amigos, tus dotes de observación, tu capacidad de curiosidad y tu amor por la naturaleza. Todo esto conforma al maravilloso y genuino ser humano que eres Jean.
ResponderBorrarHay muchos diminutivos en ambos escritos, supongo que hablas así, no pretendes ser literato, sino contar tus vívidas aventuras y pareces de natural cariñoso y cercano.
Lo único que no me entretiene es los detalles de mecánica (ni se abrir el capó del coche), las cuestiones de mecánica se las dejo a Pedro, por cierto, me manda un saludo para tí.
Hasta pronto grumete.
Mira que ves dotes que carezco, la Vida pone en mi camino a gentes excepcionales, individuos fuera de serie. De "literato" nada y editar algo menos. No digas que ni timoneas autos, Capitana, así le pasaba a mi amigo Roberto. Abrazos a Pedro, ya tenía rato en mutis.
ResponderBorrarel Grumete
Timonear o conducirlos si que los timoneo grumete, pero si se me pincha una rueda ¡uff!, y voy a gasolineras donde te ponen la gasolina...a mi eso de botones, tubos, capós, y entrañas de mecánica...quita quita :)
ResponderBorrarAsí era yo, al trepar la cabina de la Volqueta ni sabía si a Diesel (camiones que apestan a huevo podrido cuando los sigues de subida) o a gasolina. Menos mal que era a Gasolina, que si no... ¡¡Fatalidad es gran Escuela!! Con suerte, claro.
ResponderBorrarUn robo parió al MiLUsos sin tiempo para quejarse.