Cubría dos turnos de 8 horas o un turno de 16 horas -de a como prefieran dividir al Tiempo- con libertad de escoger mis descansos y organizar a modo mis actividades. La Bula Matari (mi VW "Kurierwagen" '75) carecía de capacidad para llevar todo el personal del último turno.
Comenzando la temporada de lluvias con asaltos a granel, puse a trabajar la Combi '82 propiedad del Arcoiris. Cada mañana, salía de compras para el Hotel y su Restaurante-Bar; entrada la noche, entregaba al último turno por diferentes rumbos d’este Puerto sin atracadero, pa que no repartieran sus míseros sueldos a diestra y siniestra tratando de llegar vivitos y coleando hasta su casita hogar.
Ése día más que completo, ya sanos y salvos casi todos nomás faltaba entregar a doña Leo, nuestra jefa de cocina y al Gordito cajero del Restaurante-Bar. Vivían encumbrando las márgenes de la población al otro lado del Aeropuerto, entrando desde la carretera a San Pedro por una brecha paralela a la pista de aterrizaje. Con el chubasco recién amainado evitaba atascar la Combi por el lodazal, manteniendo de 50 a 60 kilómetros por hora. Si reducía la velocidad se undía en el lodazal y si aceleraba, manifestaba su disgusto a coletazos de pescado y los pasajeros arrepentidos de haber nacido.
Cruzar un hilito de agua insignificante a tal velocidad, despegó del suelo a la Combi y anque m’encanta volar, francamente prefiero pilotear algo con alas. Volábamos en una trayectoria recta y horizontal, cuando menos. Desafortunadamente, allá abajo la brecha se desviaba hacia la derecha; aterrizamos como una piedra de cuatro ruedas, entre el zacatal de yerba junto al camino por estribor y a babor, con escasos diez centímetros de la tela ciclón y los postes de cemento que rodeaban la pista aérea. Fué el momento más que oportuno -indispensable, diría yo- para aplicar las enseñanzas de Robert aterrizando su patín de cola; el jalón hacia la tela ciclón -y los postes de cemento a nuestra izquierda- fué extraordinariamente similar al de su avioneta, mas media vuelta de contra volante y a dos manos de fuerza para lograr mantener una trayectoria recta, mi vocecita interna gritando -«¡¡ni se te ocurra tocar los frenos!!»- mientras el Tiempo se desbocaba alcanzando CASi-CASi la Eternidad y sin parar, hasta que talar tanta yerba con arbustos nos frenó. Doña Leo paró su cotorreo con el Gordito y preguntó, coquetamente: -«¿Porqué paramos aquí y a ésta hora, Don?»- creyendo romance en Combi a la puerta. Sin poder articular palabra solté el volante, tomé la linterna de la guantera y la apunté por afuera, debajo de mi asiento; la rueda delantera izquierda mostraba más de la mitad por fuera de la salpicadera, cual ala acostada totalmente horizontal.
Con calma bajé a detallar daños; levantando un poco la Combi con el gato y apartando tanta yerba, percibí qu'el salto iniciador de nuestro corto vuelo, sacó una rótula de la suspensión izquierda, aterrizando así con la rueda en horizontal, sobre un talud; la otra rueda buena, rodó metida en una zanja abandonada, cuyo material formaba el talud a la izquierda. Sin acostarse la rueda izquierda sobre el talud, nos hubiéramos volteado a la derecha sobre el camino. Sin rodar la rueda derecha dentro de una zanja, nos hubiéramos acostado por la izquierda contra la tela ciclón y sus postes de cemento, antes de invadir la pista de aterrizaje. La Maule con patín de cola de Robert, me capacitó perfectamente para mantener recta nuestra trayectoria de hoy (gracias, amigo Robert) y logré aterrizar la Combi sobre tres ruedas... y un talud.
El Gordito se quedó a cuidar la Combi con doña Leo acechando su inocencia nocturna, mientras yo caminaba hacia la carretera para encontrar un taxi. Caminando a pié bajo ése cielo estrellado que dejan los chubascos nocturnos, me preguntaba: ¿porqué un hilito de agua tan leve provocó el Vuelo del Fénix?... Porque abajo era un profundo vado que desaguaba toda ésa zanja abandonada, dejando agua a nivel inocente cuando paraba de llover. Parecía tener un centímero de profundidad y era bastante más profundo que la zanja donde aterrizamos.
Media hora más tarde llegué al Hotel y José Luis en la jarra con clientes y amigos. Brindé para bajar susto y huevos. Subiendo lo necesario a la picop, partimos al rescate de doña Leo, del Gordito y de la Combi, copa en una mano y la otra con botella a fin que naiden era manco. ¡Salú!
Arribando al lugar de los hechos, soldados en tropa mantenían a la Combi bajo resguardo y en un santiamén esfumamos copas y botellas: no alcanzaban para tantos. -«¿Será que'l Gordito violó a doña Leo?»- pregunté a José Luis que respondió -«Al revés volteado, nuestro cajero ni cumple 19 años y doña Leo...»- cuando nos interrumpió la tropa cortando cartucho a Máuseres sin apuntar a nadie pero en alertas y preparados-listos, un Teniente interrogando a qué le tiraba un vehículo tan sospechoso, estacionado ahí en Zona Federal junto a la pista y por largo rato: -«¿Acaso esperaban algún aeroplátano con droga?»- Recordé que Line decía: -«Los cascos cuadrados son nuestros amigos...»
Mostré los daños y nos dió apoyo incondicional. La tropa cargó con la Combi desde la zanja hasta el camino y ahí logramos meter la rótula en su lugar, despedir al teniente y conducir despacito dejando en sus respectivos hogares a doña Leo y al Gordito. Regresamos al Hotel a terminar nuestras ocultas botellas y para cambiar las rótulas de la Combi, mejor mañana pa distraer la cruda. Entre la tropa, doña Leo era más popular que la Adelita y creí que se iba a quedar ahí junto al Aeropuerto. Menos mal que no: el Arcoiris hubiera perdido la Jefa de Cocina con la mejor sazón de éste Puerto sin atracadero.
Comenzando la temporada de lluvias con asaltos a granel, puse a trabajar la Combi '82 propiedad del Arcoiris. Cada mañana, salía de compras para el Hotel y su Restaurante-Bar; entrada la noche, entregaba al último turno por diferentes rumbos d’este Puerto sin atracadero, pa que no repartieran sus míseros sueldos a diestra y siniestra tratando de llegar vivitos y coleando hasta su casita hogar.
Cruzar un hilito de agua insignificante a tal velocidad, despegó del suelo a la Combi y anque m’encanta volar, francamente prefiero pilotear algo con alas. Volábamos en una trayectoria recta y horizontal, cuando menos. Desafortunadamente, allá abajo la brecha se desviaba hacia la derecha; aterrizamos como una piedra de cuatro ruedas, entre el zacatal de yerba junto al camino por estribor y a babor, con escasos diez centímetros de la tela ciclón y los postes de cemento que rodeaban la pista aérea. Fué el momento más que oportuno -indispensable, diría yo- para aplicar las enseñanzas de Robert aterrizando su patín de cola; el jalón hacia la tela ciclón -y los postes de cemento a nuestra izquierda- fué extraordinariamente similar al de su avioneta, mas media vuelta de contra volante y a dos manos de fuerza para lograr mantener una trayectoria recta, mi vocecita interna gritando -«¡¡ni se te ocurra tocar los frenos!!»- mientras el Tiempo se desbocaba alcanzando CASi-CASi la Eternidad y sin parar, hasta que talar tanta yerba con arbustos nos frenó. Doña Leo paró su cotorreo con el Gordito y preguntó, coquetamente: -«¿Porqué paramos aquí y a ésta hora, Don?»- creyendo romance en Combi a la puerta. Sin poder articular palabra solté el volante, tomé la linterna de la guantera y la apunté por afuera, debajo de mi asiento; la rueda delantera izquierda mostraba más de la mitad por fuera de la salpicadera, cual ala acostada totalmente horizontal.
Con calma bajé a detallar daños; levantando un poco la Combi con el gato y apartando tanta yerba, percibí qu'el salto iniciador de nuestro corto vuelo, sacó una rótula de la suspensión izquierda, aterrizando así con la rueda en horizontal, sobre un talud; la otra rueda buena, rodó metida en una zanja abandonada, cuyo material formaba el talud a la izquierda. Sin acostarse la rueda izquierda sobre el talud, nos hubiéramos volteado a la derecha sobre el camino. Sin rodar la rueda derecha dentro de una zanja, nos hubiéramos acostado por la izquierda contra la tela ciclón y sus postes de cemento, antes de invadir la pista de aterrizaje. La Maule con patín de cola de Robert, me capacitó perfectamente para mantener recta nuestra trayectoria de hoy (gracias, amigo Robert) y logré aterrizar la Combi sobre tres ruedas... y un talud.
El "Lugar de los Hechos" visto de día, sin tropa y con la zanja tapada
Media hora más tarde llegué al Hotel y José Luis en la jarra con clientes y amigos. Brindé para bajar susto y huevos. Subiendo lo necesario a la picop, partimos al rescate de doña Leo, del Gordito y de la Combi, copa en una mano y la otra con botella a fin que naiden era manco. ¡Salú!
Arribando al lugar de los hechos, soldados en tropa mantenían a la Combi bajo resguardo y en un santiamén esfumamos copas y botellas: no alcanzaban para tantos. -«¿Será que'l Gordito violó a doña Leo?»- pregunté a José Luis que respondió -«Al revés volteado, nuestro cajero ni cumple 19 años y doña Leo...»- cuando nos interrumpió la tropa cortando cartucho a Máuseres sin apuntar a nadie pero en alertas y preparados-listos, un Teniente interrogando a qué le tiraba un vehículo tan sospechoso, estacionado ahí en Zona Federal junto a la pista y por largo rato: -«¿Acaso esperaban algún aeroplátano con droga?»- Recordé que Line decía: -«Los cascos cuadrados son nuestros amigos...»
Mostré los daños y nos dió apoyo incondicional. La tropa cargó con la Combi desde la zanja hasta el camino y ahí logramos meter la rótula en su lugar, despedir al teniente y conducir despacito dejando en sus respectivos hogares a doña Leo y al Gordito. Regresamos al Hotel a terminar nuestras ocultas botellas y para cambiar las rótulas de la Combi, mejor mañana pa distraer la cruda. Entre la tropa, doña Leo era más popular que la Adelita y creí que se iba a quedar ahí junto al Aeropuerto. Menos mal que no: el Arcoiris hubiera perdido la Jefa de Cocina con la mejor sazón de éste Puerto sin atracadero.
Rebeca atiende un Huésped de la Galera
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- la Maule (1992) (enseñanzas de Robert aterrizando su patín de cola)
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